¿Desde
cuándo Mella formó parte de mi imaginario paradigmático? Tal vez desde
los días juveniles en los que, antes que el legendario revolucionario,
nos atrajo el guapo joven que derrochaba fuerza y carisma... Luego, en
mis días de estudios pedagógicos, nos llegó su pensamiento y su acción
revolucionaria, y creció su figura... y ningún homenaje me pareció más
digno que verlo primero junto a Camilo y luego junto al Ché, en la
simbólica imágen de nuestras juventudes comunistas... Hoy, no encuentro
homenaje mayor a su figura que este texto de una de las periodistas
cubanas que más admiro, desde mucho antes de estas lides en la web:
Por Alina Perera
Hay una imagen fotográfica de Julio Antonio Mella que resulta, para mí, la más bella de todas las que conozco de él. Está fechada en 1928. Es él acostado sobre la hierba, con los ojos cerrados, con el torso desnudo y un brazo delicadamente extendido hacia delante, por cuyo gesto queda una axila al descubierto y se produce una revelación finísima de la textura de la piel y las vellosidades que la pueblan.
Son las mismas pestañas conocidas, el brillo en el mentón firme y en el pelo ensortijado. Son los mismos labios delineados y carnosos. Pero la pose sobrecoge: es la belleza serena y desplegada, y la prueba de que un revolucionario tan intenso y fecundo, tan intransigentemente plantado en su antiimperialismo y amor patrio, no concebía una vida mejor, un mundo futuro, sin la premisa de lo bello como derecho legítimo, no como herejía o detalle suntuoso.
Así lo dije hace algún tiempo. Porque de Julio Antonio, nacido el 25 de marzo de 1903, siempre me ha deslumbrado cómo es que la profundidad, el compromiso más recto, no estuvieron en contradicción con el amor por la vida, y por todo lo hermoso que esa vida pudiera entrañar.
Un testimonio dejado para la posteridad por un profesor universitario que conoció al excepcional comunista nos lo muestra como una persona equilibrada, con un apetito envidiable, y con una excelente salud. También se sabe que era alegre, entusiasta, amante del deporte, que hablaba como abrazando, que siempre buscaba el tiempo para leer, que era sumamente sensible y que, como su pasión era la justicia, defendía sus ideas con fuerza que podía llegar a ser telúrica.
En una frase preciosa y breve, el intelectual cubano Alfredo Guevara describió a Mella durante la inauguración de una exposición fotográfica en La Habana (entre cuyas imágenes —todas tomadas por Tina Modotti— estaba la que he mencionado): «Fue un mago: en poquísimo tiempo hizo de todo. Construyó estructuras de lucha antiimperialista; participó del apoyo a Sandino; fundó la FEU y el Partido Comunista, participó de la I Internacional... Y no duró nada, pero eso que duró vale por mil años».
En Julio Antonio, en ese muchacho que vivió como quemándose en pos de un afán liberador, que descubrió y entendió a Martí como pocos, encontramos camino hacia nuestras raíces, y también sentidos para continuar una lucha proyectada al futuro. Hay que volver a él; estudiarlo con paciencia. Hay que subrayar su exhortación a que fuésemos seres pensantes, no seres conducidos, porque esa convocatoria adquiere un tono particular en la Cuba actual tan necesitada de creatividad, de verdades compartidas, de propuestas y audacias nacidas desde cada uno de nosotros.
Hay que volver a él, a su gusto por lo poético, a su entusiasmo, a su capacidad de amar, a su pudor (palabra que habla de las sutilezas del alma y que algunos han intentado desterrar del mapa social mientras ostentan cualquier cosa, ya sea un rasgo físico o una posesión material).
Julio ofrece claves sobre una belleza redonda: se puede defender una gran causa sin que ello implique chatura, aburrimiento, falta de pasión o falta de elegancia. Se puede ser un enamorado de lo grande, suerte que solo será posible si antes se vivió un enamoramiento por múltiples jornadas pequeñas, por diversos detalles, por anhelos cotidianos y tangibles que condimentan la vida misma del día a día.
«Te quiero, serio, tempestuosamente. Como algo definitivo». Vuelve como una ola, desde el pasado, la declaración amorosa del gran luchador a su última novia, Tina Modotti. Se nos ha quedado esa frase en el corazón, casi como bandera, porque en esa capacidad de amar encontramos la sustancia del hombre grande, encontramos la certidumbre y la decisión de entregarse: virtudes cardinales para seguir haciendo el mundo que soñamos y que nos urge.
Fuente Juventud Rebelde
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