jueves, 28 de agosto de 2014

La cigarra y la hormiga: un remake al final del milenio

A pesar de tener más de una década de escrito, este texto de Abel Prieto mantiene una vigencia que nos lleva a más de una reflexión: gracias a Fraga por traerlo a la actualidad:
La cigarra y la hormiga: un remake al final del milenio
Por Abel Prieto*

… Dime, pues, holgazana, ¿qué has hecho en el buen tiempo?/
Yo, dijo la Cigarra, a todo pasajero cantaba alegremente sin cesar ni un momento.

 
Félix María de Samaniego publicó en 1781 la primera colección de sus fábulas, en lo que pudiera considerarse el estreno oficial del género en lengua castellana. Fábulas morales en verso castellano dedicadas “A los caballeros alumnos del Real Seminario Patriótico Vascongado”, institución educativa típica del “Despotismo ilustrado”, fundada en Vergara. Guipúzcoa, en 1776. Sus fuentes principales fueron Esopo, Fedro y sobre todo La Fontaine, y sus intenciones quedan explícitas en el prólogo: “las máximas morales, disfrazadas con el agradable artificio de la fábula”, son, nos asegura el propio autor, “el primer pasto con que se debe nutrir el espíritu de los niños”. El tema, los personajes y hasta la consabida moraleja de “La Cigarra y la Hormiga”, fueron tomados de La Fontaine, y éste a su vez los tomó de Esopo. (1)

 Esopo trató el tema en “El Escarabajo y la Hormiga” (el primero es el simple holgazán, y la segunda un emblema del Trabajo y la Previsión) y en “La Cigarra y las Hormigas”, es donde la fábula adquiere su matriz anticultural y el arte y la holgazanería se yuxtaponen. En La Fontaine la Cigarra es ya nombrada explícitamente como una “artista” que canta mientras la Hormiga acumula reservas para el invierno. Con el frío viene la moraleja, y la alegre cantante veraniega sufre hambre y privaciones por su irresponsabilidad.

 El apólogo llega oportunamente a la España de Carlos III, en medio de una tímida “modernización desde arriba”, que pretendió fomentar el comercio y la industria, renovar la agricultura y hacerla productiva, y reducir la influencia del clero y de la nobleza retardataria y feudalizante. La “Ilustración” española promovió la tesis de la “salvación nacional” a través de una pedagogía racional y científica que combatiera los modelos parasitarios de vida y de desdén tradicional hacia las profesiones útiles, y exaltó las funciones didácticas de la literatura, entendidas en su acepción más primaria. Así, en un clima intelectual de escasa hondura, en esa mezcla de didactismo y creación literaria, floreció una galería de mediocres versificadores, y murió la poesía en una tierra que le había sido tan propicia, y fue sepultada apresuradamente (y sin remordimientos) por Moratín, Iriarte, Samaniego y los demás.

 La Cigarra irresponsable que canta durante el verano, y la Hormiga industriosa que se afana y acumula reservas para el invierno, han protagonizado a lo largo de sus remakes sucesivos (y al parecer inevitables) las oposiciones entre el holgazán y el laborioso, el pródigo y el ahorrativo, el que vive-en-el-instante y el previsor, el trabajador intelectual y el manual y especialmente entre el artista y el burgués, o entre el artista y el obrero, según se quiera interpretar, entre el que canta y el que produce y acumula. En el contexto específico de Samaniego la oposición pudiera leerse como otro enfrentamiento de “dos Españas”: en el “bloque” de la Cigarra estarían las fuerzas conservadoras que se aferran a los códigos feudales, al espíritu de la Contrarreforma y rechazan todo cambio hacia una nación más “moderna” y “productiva”; y el “bloque” de la Hormiga estaría encabezado por la monarquía borbónica y su corte de intelectuales “ilustrados”, y bajo su emblema se agruparían las fuerzas “reformistas”.

 Cuando esta Gaceta empiece a circular, habrán quizás envejecido algunos de los aspectos de la controversia que se desató en torno al Festival de Teatro de Camagüey, celebrado en septiembre del pasado año. Otros, lamentablemente, debemos seguirlos discutiendo, como el sorpresivo remake de “La Cigarra y la Hormiga” al que asistimos al final del milenio. Me refiero obviamente a la oposición que se estableció en el programa Hablando claro del 30 de octubre de 1996 entre el “bloque” de la Cigarra y el de la Hormiga.

 En el primero está “la pequeña burguesía, gente urbana [...], profesionales, gente que no trabaja con sus manos, gente que no pertenece, digamos, a los trabajadores”. Usted puede pertenecer al “bloque” de la Hormiga si “es un hombre de campo, [...] un obrero humilde, [...] un trabajador [...], un hijo de trabajador que antes no podía estudiar y ahora estudió”. El “bloque” de la Cigarra siente además” que la Revolución no le ha dado nada”, el de la Hormiga “sabe que la Revolución le ha dado mucho” ¿Verá alguien aquí rivalidades personales o institucionales? Sería absurdo; pero no quisiera que estos compañeros, a quienes respeto, se sientan agredidos en lo personal. Tampoco debe equivocarse el enemigo: esta es una polémica entre revolucionarios. Las relaciones entre Radio Rebelde y la UNEAC no pueden ser mejores, y ahí está La rueda dentada para probarlo. De todos modos, aunque en el presente texto habrá más de una alusión a ese programa Hablando claro, quiero (como se verá) proponer algunas reflexiones sobre la cultura que van más allá de las opiniones que se movieron en aquel momento en una Cuba que, por fortuna, nada tiene que ver con la España del siglo XVIII: en una Cuba donde el que produce y el que canta se confunden en una misma trinchera, y acumulan reservas materiales, espirituales y morales para este invierno y para el próximo, y para todos los inviernos previsibles; donde aprendimos de Martí la importancia que para los pueblos tiene la poesía: “¿Quién es el ignorante [Se pregunta] que mantiene que la poesía no es indispensable a los pueblos? Hay gentes de tan corta vista mental [añade], que creen que toda la fruta acaba en la cáscara”, y no comprenden cómo la poesía (la cultura) otorga sentido al conjunto social: es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues esta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquellas les da el deseo y la fuerza de la vida. ¿A dónde irá un pueblo de hombres que hayan perdido el hábito de pensar con fe en la significación y alcance de sus actos?

 Martí está escribiendo sobre Walt Whitman y en los Estados Unidos. Sus palabras constituyen un grito de alarma contra el modelo civilizatorio yanqui, cuyo influjo en “Nuestra América” hay que detener. Una “prosperidad”, un “desarrollo” sin poesía, sin arte, sin cultura, orientada sólo hacia el bienestar material, hacia el consumo, no hace crecer al hombre: daña, por el contrario, lo mejor de sus potencialidades. A la larga, profetiza Martí, esas masas degradadas “aturdirán con el bullicio de una prosperidad siempre incompleta la aflicción irremediable del alma, que sólo se complace en lo bello y grandioso”. Habrá algún día que evaluar la influencia del pragmatismo yanqui, del modelo de “prosperidad sin poesía”, de esa “prosperidad siempre incompleta”, en los prejuicios anticulturales que sobreviven en nuestro país.

Este concepto básico de Martí reaparece en Fidel, en pleno Período Especial: “la cultura es lo primero que hay que salvar”, dice, en el V Congreso de la UNEAC, en medio de la implacable guerra económica que nos hace el Imperio, cuando está en juego la supervivencia misma del país. Y es que para Fidel, como para Martí, toda “prosperidad” sin poesía es falsa, hueca, y está maldita. El propio concepto de “calidad de la vida”, tan envilecido por el consumismo, habría que asociarlo a la cultura: “Las actividades culturales pueden convertirse en una de las más altas expresiones del nivel de vida del pueblo…” (2)

Nada habríamos adelantado los revolucionarios cubanos si algún día, derrotado el bloqueo, salimos de la crisis, y alcanzamos cierta “abundancia” económica para descubrir entonces que se nos ha vaciado el alma: que tenemos hombres y mujeres “prósperos” y embrutecidos por ese “bullicio” zoológico que vio Martí en el modelo yanqui; hombres y mujeres sin cultura, sin coherencia ni densidad espiritual, sin memoria ni patria.

Es muy estimulante verificar que en ningún momento, ni en los peores años de esta crisis, se ha abandonado la misión estratégica de “salvar la cultura” y se ha salvado, la hemos ido salvando, y muestra ahora una notable fecundidad. “Se mueve”, crece, se renueva, a pesar de la gravísima escasez de recursos; cuenta con un público exigente y conocedor que la sigue, en todas sus manifestaciones, tanto en las llamadas “populares” como “de minorías”, y se extiende su prestigio internacional. He dicho en más de una ocasión (y me veo obligado a reiterarlo) que la vida cultural en estos últimos tiempos es uno de los frutos más notables de la voluntad de los revolucionarios cubanos, de su coraje, de su tenacidad, y ahí están como prueba irrefutable los festivales de ballet, cine, música, teatro, y las ferias del libro, y las bienales de artes plásticas, y (sobre todo: más allá de los eventos) el sistema de enseñanza artística y la proyección diaria de las instituciones: desde el museo, la biblioteca, la casa de cultura del municipio más remoto, hasta la Casa de las Américas.

 Me gustaría calificar de heroicos, porque lo son, los empeños de los artistas, promotores e instituciones por mantener la vida cultural sin cesar ni un momento, venciendo obstáculos y carencias materiales a veces inimaginables: son heroicos tales esfuerzos, y lo repito sin rubor, aunque reservemos a menudo la palabra para juzgar (con toda justicia) otras áreas de nuestra resistencia, de nuestra creación, y aunque a alguno pueda parecerle tecoso el adjetivo o desgastado-por-la-retórica-oficial. Tenemos así una “Cigarra heroica”, que sigue haciendo arte y literatura sin cuerdas de violín, sin papel ni vestuario, sin zapatillas ni locales para ensayar. Una Cigarra tan heroica como la Hormiga, una Cigarra y una Hormiga que se juntan y confunden en el mismo impulso, y construyen la supervivencia y la esperanza: esa es la Fábula que rescribe nuestro pueblo día a día, y no un remake del absurdo apólogo de Samaniego.

No sé si será necesario recordar que, cuando hablamos en cualquier circunstancia de “nuestro pueblo”, abarcamos a todos los trabajadores manuales e intelectuales del país, a maestros, científicos, artistas, obreros, campesinos. En La historia me absolverá “llamamos pueblo, si de lucha se trata”, también, y sin duda alguna, “a los treinta mil maestros y profesores tan abnegados [...] que tan mal se les trata y se les paga” y “a los diez mil profesionales jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores, etc., que salen de las aulas con sus títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida”. ¿Vamos a dividir artificialmente ese “pueblo” en Cigarras y Hormigas? Máxime “si de lucha se trata”, como en 1953, como en 1996.

Parecería una aclaración pueril, redundante, tan obvia que irrita (me irrita) su formulación a estas alturas: hagámosla, sin embargo. Sí, amigo Samaniego: “nuestro pueblo” es tan diverso como uno e indivisible, y está compuesto por Cigarras y Hormigas que nacen unas de otras, se cruzan y entremezclan, y hay Hormigas que cantan y Cigarras que cultivan la tierra, y los hijos de las Hormigas han llenado y siguen llenando las escuelas de arte, y ha surgido una masa de insectos nuevos, y ya en ellos no es posible separar qué tienen de Cigarra y qué de Hormiga, y va naciendo desde ahora ese “trabajador manual de altísima cultura”. La expresión es de Fidel en el Día del Educador, diciembre de 1996, con el que soñábamos en los días de la Campaña de Alfabetización: prefiguraciones incompletas, parciales, pero legítimas, del proyecto de emancipación humana que acompaña a las transformaciones sociales en Marx, y en Martí, el Che y Fidel. Es un pueblo que venció el analfabetismo en 1961, trabajó por ser “libre y culto”, y hoy sigue trabajando para proteger la poesía que otorga “significación y alcance” a nuestros actos, y que estará presente en cuanto hagamos por edificar la “prosperidad” socialista del futuro.

 Hay, por otra parte, una “zona de contradicciones” que no debemos eludir: se revelan con frecuencia en nuestro arte en nuestra literatura, las angustias, dudas y desgarramientos de un minuto como el presente, y muchas veces esto no se comprende, y “se le echa la culpa al termómetro de la fiebre del paciente”.  (3) Chocan entonces conceptos diversos, y hasta opuestos, de la cultura y de su papel, y se tiende a simplificar y a no evaluar el problema en todos sus matices y dimensiones. El Consejo Nacional de la UNEAC, en mayo de 1992, hizo el siguiente análisis del tema:

 "En nuestro contexto, se comprenden con facilidad algunas de las funciones del arte, como la recreativa y la educativa. No ocurre lo mismo en lo que respecta al arte como medio de conocimiento y en su papel crítico con respecto a la realidad. Varias manifestaciones artístico-literarias se dirigen, por su propia naturaleza, a la interpretación y evaluación de ese amplio mundo de relaciones que conforman la sociedad y la sicología social. La materialización de ese proceso de asimilación y reflejo del entorno pasa necesariamente por el mundo interior del artista y por un trabajo con elementos conceptuales y formales que le confieren a la obra la originalidad que expresa la individualidad del creador. Esa personal interpretación de la realidad y su consiguiente expresión artística, no siempre es transparente y sus alusiones se abren a más de un significado. Esa variedad de interpretaciones posteriores es, por cierto, una de las propiedades esenciales de la obra de arte, cuyo ciclo de desarrollo sólo concluye en el acto de recepción".

 A esto se debe sumar, como otro factor de capital importancia, el reconocimiento de que muchas creaciones artísticas se caracterizan por no ser, generalmente, comentarios pasivos ni ilustraciones imparciales de ciertos hechos e ideas, sino una reflexión, muchas veces polémica, acerca del hombre y su sociedad. No por azar, a través de la historia, el arte ha encontrado sus más prominentes fuentes de inspiración en las pasiones humanas, en el drama de la existencia y en las contradicciones sociales.

 Cuando a un artista o escritor empeñado en tratar los conflictos de la realidad, se le pide implícita o explícitamente que dé soluciones a los problemas que plantea, que busque la transparencia unívoca de sus mensajes, que le procure una finalidad directamente educativa a su labor, y que eluda el tratamiento de ciertos temas, se le está pidiendo, nada menos que renuncie a lo específico de su trabajo creador.

Ante tales prejuicios, verificados una y otra vez en la práctica, los escritores y artistas revolucionarios reclaman un espacio de confianza que levante una barrera ante aprensiones que se imponen, alentadas o permitidas por justificaciones paternalistas, coyunturales o desacertadas, que crean una fisura por donde podrían penetrar el resentimiento, la inseguridad o la falta de fe. Este documento circuló en forma de folleto con el título de La cultura cubana de hoy: temas para un debate.

 Ahora bien, en nuestras condiciones, en las condiciones que enfrenta la Revolución Cubana, ¿debemos promover un arte difícil, complejo y crítico? ¿Es practicable nuestra política cultural ante los intentos de rendir por hambre a la Revolución, y de fragmentar la sociedad cubana, y de hacernos la guerra por todas las vías? ¿Resulta posible (como diría Cintio) continuar fundando “un parlamento en una trinchera”? ¿Puede afectar ese arte la unidad del pueblo (nuestra arma más preciada) frente a un enemigo desmesurado y hostil, y capaz de todo, y frente a sus servidores, los anexionistas externos e internos?

A todas estas preguntas hay que seguir dando la única respuesta revolucionaria: no existe ninguna política cultural alternativa a la política martiana y fidelista que se inauguró en 1961 con Palabras a los intelectuales y que ya tenía (antes de ese discurso programático) expresiones institucionales tan ejemplares como el ICAIC y la Casa de las Américas. En esa política abierta, plural, anti dogmática, están las bases conceptuales y prácticas de la unidad del movimiento intelectual cubano.

 El “socialismo real” europeo logró liquidar aquella brillante fusión entre la vanguardia política y la vanguardia artística que caracterizó en los días de Lenin a la Revolución de Octubre. Represión, censura, “realismo socialista” y otros muchos métodos de mutilación, se emplearon sistemáticamente contra la libertad creativa, y se fue diseñando el espacio ideal para que florecieran el oportunismo, la simulación y un pensamiento antisocialista, reaccionario, hechizado por el “paraíso occidental”. También allí, como en la España del siglo XVIII, se ensayó la mezcla diabólica de arte y didactismo, y muchas veces trataron de enterrar la poesía bajo piedras, lápidas y moralejas.

 En Cuba, como sabemos, hubo errores y momentos “grises” y “oscuros”, pero oportunas y sucesivas rectificaciones impidieron que se rompiera el vínculo mutuamente fecundante entre los intelectuales que crean y fundan en el terreno de la política y los que lo hacen en el arte y las letras. ¿Cómo podría ser de otra manera si entre nosotros la vanguardia política y la artística provienen de la misma fuente, de Martí, del Héroe, del Poeta? Del que dijo: dos patrias tengo yo: Cuba y la noche; y añadió de inmediato: ¿O son una las dos? Son una, efectivamente: Cuba y esa patria de lo invisible, del enigma, de “lo otro”; Cuba y esa “Isla” innombrada e innombrable que sólo intuimos poéticamente. Son una también. Cuba y la poesía, Cuba y la cultura.

 Una de las tareas básicas de nuestras instituciones culturales consiste en preservar el diálogo entre la dirección revolucionaria y el movimiento intelectual, y en que se renueve, entre los escritores y artistas contemporáneos, esa superposición misteriosa de las dos patrias de Martí.

 Nuestros errores en la cultura no fueron estratégicos, de eso no hay dudas; pero no hemos dejado atrás un sinnúmero de prejuicios “morales” o “ideológicos”, donde se confunden estereotipos e imágenes torpes sobre el arte y los artistas, más propios de la “Ilustración” española, del “socialismo real” o del pragmatismo yanqui, que de herederos del legado martiano. Muchos de estos prejuicios nacen de la ignorancia, del machismo, del rechazo a todo refinamiento espiritual “afeminado”. Toman forma a menudo en alusiones peyorativas a los “culturosos” o a la “farándula” (esa tropa ambigua y sospechosa) o en una sorprendente jactancia: declarar con orgullo, cuando se habla de arte, que “no saben (ni entienden) nada de eso”, como si fuera necesario tomar distancia de eso, como si la incultura los hiciera más “duros”, más viriles, más revolucionarios. ¿Estarán preparados estos “duros” para leer a Martí, para leerlo y releerlo, para convivir con su pensamiento y su palabra? ¿O sólo pueden ya consumir películas de Rambo y de otros “duros” fabricados en serie por la industria de Hollywood? ¿Serán capaces de leer el Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, o los Once ensayos martianos, o Retorno a la alborada, o El siglo de las Luces, o Calibán, o Ese sol del mundo moral? ¿O sólo aceptan a estas alturas el primitivo “lenguaje de adultos” en los letreritos de las películas yanquis? Desconocen también, naturalmente, cuánto vale la pena en la cultura norteamericana: desde Whitman a Faulkner, desde Orson Welles a Woody Allen.

¿Dónde puede crecer más fácilmente en Cuba el culto al american way of life y a las lentejuelas de la sociedad de consumo? ¿Entre los hombres y mujeres de la cultura? ¿Entre los que como creadores o receptores saben apreciar en todo su valor la riqueza espiritual del arte? ¿Entre los que emplean su tiempo y energías en la aventura silenciosa de la creación, tantas veces ingrata, que exaspera, desconcierta y desgasta? Creo honestamente que la cultura de verdad, la de raíz, nuestra cultura nacional y (con ella, siempre con ella) la que anticipa la Patria bolivariana y la auténticamente universal, es un antídoto insustituible frente a Rambo, Forrest Gump, Disneylandia y toda la superchería yanqui, y frente al modelo político, económico y social que tales símbolos representan. En la frivolidad del “colonizado cultural”, en la intemperie del lumpen, en el que sólo busca atontarse y “desconectar”, y ya renunció al placer de la inteligencia, y en la ignorancia presuntuosa, en los prejuicios de los “duros” contra el arte, por muy “revolucionarios” que pretendan ser: ahí están. Samaniego, “las partes blandas”, las más expuestas ideológica y culturalmente a la influencia de nuestros enemigos. No es posible ejercer un antimperialismo diurno y entregarse en la noche a la droga subcultural del Imperio: a la larga el Doctor Jekyll “duro” y antimperialista va a perder el control sobre ese Míster Hyde proyanqui, y asistiremos a un remake (bastante literal) de la fábula de Stevenson.

 El dogmático ignorante no se disfraza con la bandera yanqui, como el obtuso y frívolo “colonizado”, y habla en nombre del “pueblo trabajador”; pero corre el riesgo de ser “anexado” culturalmente por el Imperio, y de reunirse con apátridas, marginales y yancófilos en el círculo del Infierno que Dante imaginó para los anexionistas. Y es que el “problema ideológico” más grave que se nos presenta con relación a la cultura, es (precisamente) la falta de cultura.

Mientras no desterremos los prejuicios e imágenes incompletas y rígidas del arte, de los artistas y de su papel, la cultura no ocupará el lugar que merece entre nosotros, el lugar que necesitamos todos que ocupe. No sólo sufre el arte con tales postergaciones e inconsecuencias: sufre nuestra sociedad, que requiere hoy con urgencia de una sólida defensa cultural frente a la yanquización y el anexionismo. A veces, como decía Martí, sólo vemos la cáscara, la superficie, la anécdota, “el caso” o “el casito”, y se nos escapa la médula, la contribución decisiva que hacen los artistas a la Revolución, y somos incapaces de calcular cuánto más podrían hacer.
Detrás del “casito”, del incidente, se nos oculta a menudo la poderosa acumulación de cubanía que hay en el arte del presente: cómo aparece, en lo mejor de la obra de nuestros creadores, una búsqueda de los orígenes de la nación, de su destino, de sus símbolos, y encontramos allí un reclamo ético muy vigoroso, y un mensaje resistente, “afirmativo”, que no se expresa a través de moralejas o esquemáticos “héroes positivos”. No son fábulas ni “muñequitos rusos”. No es ese “primer pasto” para niños rumiantes que proponía Samaniego; no está todo claro en él, como no lo está en una realidad que ha cambiado dramáticamente: hay ambigüedades, claroscuros, incertidumbre, y emerge una y otra vez la Utopía, herida pero indispensable. Quien espere obras complacientes, seudopedagógicas, donde el Mal sea castigado y el Bien se lleve todos los premios en el último acto; quien busque “la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios” ( El Che: El socialismo y el hombre en Cuba), quien esté descalificado para percibir las peculiaridades del lenguaje artístico y los nexos entre el arte y los procesos sociales; quien no sepa diferenciar ese “sentido afirmativo” de un Final Feliz hollywoodense, quedará defraudado. Martí habló de “Cuba y la noche”, no de “Cuba y las fábulas”, o de “Cuba y la poesía pedagógica”, ni siquiera de “Cuba y la poesía optimista o patriótica”: habló de “la noche”, de la oscuridad genitora, donde se avanza tanteando, tropezando, donde Resuena la noche ancestral de Nicolás Guillén. (4)

 Habría que preguntarse ahora por “esa gente” a quien no debemos “dar un espacio”. ¿Es que no hay gente “agusanada” entre los artistas? ¿”Todo el mundo es bueno” en el campo de la cultura?

El relevante escritor y político que es Carlos Rafael Rodríguez, destacó en el IV Congreso de la UNEAC una de las principales lecciones de nuestra política cultural: cómo combinar los más depurados principios con la más amplia capacidad de convocatoria. Evocó los antecedentes inmediatos de Palabras a los intelectuales, y su contexto, y citó a Fidel: “La Revolución sólo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios.”

 Carlos Rafael subrayó las formas de participación social que se abren en Cuba para los escritores y artistas; descartó la vigencia entre nosotros del esquema del intelectual como “conciencia crítica”:

 Libres de las pretensiones de convertirse en el reservorio crítico de la sociedad, enriquecidos por su modestia histórica, nuestros escritores y artistas podrán acercarse más a ser “testigos de la verdad”. Nada más y nada menos que eso les pediríamos que fuesen. Al proponérselo, quedarán libres de caer en ese discurso artístico-literario de tono apologético y moralizante, carente de búsquedas y de problematización, basado en fórmulas rudimentarias de dudosa eficacia movilizativa del que el informe central ante el Congreso [de la UNEAC] se quejaba como síntoma de los malos momentos de nuestra cultura”.

 Carlos Rafael Rodríguez (Granma, 29 de enero de 1988) recordó que en determinada etapa se interpretó mal la política trazada “para imponer decisiones extemporáneas o criterios en nombre de la Revolución y del Partido”, y subrayó “las mayores responsabilidades” que adquiere un artista cuando ha obtenido la condición de militante:

 Pero no poseer el carné del Partido está muy lejos de ser denigratorio. La Revolución es mucho más amplia, mucho más heterogénea, mucho más complicada que el Partido. En el turbión revolucionario caben todos los que no están opuestos a nuestras aspiraciones, a nuestros postulados. Siguiendo esa concepción fidelista, la Revolución Cubana podía decir también que su divisa no es “los que no están con nosotros están contra nosotros” sino aquella otra: “los que no están contra nosotros están con nosotros”.

 No “todo el mundo es bueno” en la cultura; pero podemos sentirnos satisfechos: la mayoría de los escritores y artistas cubanos está definidamente “con nosotros”, es parte de “nosotros”, y ejercita un transparente y lúcido compromiso revolucionario. Y hay también, por supuesto, como en todos los sectores sociales, algunos que “no están contra nosotros” y que (aplicando “la concepción fidelista”) podemos considerar “con nosotros”; y hay gente amargada, como en todas partes, y confundida ante algunas de las contradicciones del presente, o que no entiende nada, y gente que se ha metalizado, o que ha hecho suya la filosofía del ir escapando, o que se ha visto abrumada por las carencias y dificultades, y se ha cansado, y se siente lejos de “nosotros”, en Cuba o fuera de Cuba, y tenemos emigrados definitivos y temporales, y “emigrados internos”, paralizados por la apatía, el escepticismo o el shock de la cotidianidad. Suman una cifra irrisoria, sin embargo, los artistas y escritores que en el transcurso de estos años tan difíciles se han dejado reclutar para el juego de la “disidencia” interna, o para “inflar” las exiguas plantillas de los grupúsculos. Han fracasado los enemigos de Cuba y sus agentes (yanquis o de otras nacionalidades) en sus aspiraciones de crear una quinta columna intelectual en el país: no ha habido ni hay un fermento propicio.

 En el “espacio gnóstico” de la cultura nacional, (5) son asimiladas, sin daño para el humus de la cubanía, las más dispares influencias: pero no “prenden” la yanquización y el anexionismo. Los ideales patrióticos, antimperialistas, de “resistencia”, han caracterizado y caracterizan a nuestro movimiento intelectual, desde Martí hasta hoy, por encima de las filiaciones políticas: quienes se apartan de esta tradición viva, actúan contra natura, y la obra sufre, la obra se resiente. No hay tendencias antisocialistas ni reaccionarias en nuestra intelectualidad, ni creo que prosperen nunca.

 Habría que reconocer, por el contrario, justamente en estos años, cómo se ha radicalizado el pensamiento de muchos de nuestros intelectuales. En las revistas culturales, en el debate, en el intercambio de criterios que estas publicaciones han propiciado, se ha ido articulando un pensamiento social y cultural muy revolucionario: un cuerpo de ideas que resiste la ofensiva del discurso “globalizador” de derechas, y contraataca, y puede ser muy provechoso para el conjunto del pensamiento político cubano, y para las búsquedas y tanteos de la izquierda en otras partes del mundo.

 El espacio generoso de nuestras instituciones culturales se abre para todos los artistas revolucionarios y para aquellos que están “con nosotros” porque no están “contra nosotros”. Todo creador honesto y valioso que quiera hacer su obra en Cuba y para los cubanos, y alcanzar desde aquí una merecida y limpia promoción internacional, tendrá el apoyo de instituciones que no exigen ningún carné a la entrada: sólo calidad artística.

 Muchos de los que trabajan temporalmente fuera del país, que también están “con nosotros”, quieren participar de la vida cultural cubana, y reencontrarse periódicamente con su público, con su pueblo, y su arte y su presencia son permanentemente bienvenidos.

 La obra de escritores y artistas emigrados se ha difundido de manera creciente, sobre todo en revistas y libros, y hemos aprendido a separar la posición política del individuo de sus aportes a una cultura nacional múltiple e integradora, que va definiendo sus contornos desde aquí, desde la Isla. Numerosos emigrados participan en eventos de nuestras instituciones, y han encontrado aquí una voluntad de consolidar esos intercambios y de alcanzar una “convivencia cultural”, y un clima apropiado para la discusión, respetuosa, seria, ajena a toda manipulación propagandística. Eso hacemos en Cuba, mientras el fascismo (bárbaro y anticultural por definición) sigue promoviendo en Miami métodos muy poco sutiles de censura: quema de cuadros, bombas en locales de actuación, insultos y pedradas. (6)

 Renunciamos sólo a esos pocos, poquísimos, que han vendido a los enemigos de la nación su imagen y su palabra: sabemos el precio que pagan en términos éticos y culturales, y cuánto cobran, o cuánto piensan cobrar por sus favores. Nadie, con un mínimo de objetividad y decoro, puede acusar a nuestras instituciones y a nuestra política cultural de ser “excluyente”. Ni creo que desde una supuesta “ultra izquierda” pueda criticarse esta política. La “concepción fidelista” que hemos venido aplicando en la cultura, siempre estará a la izquierda del dogma, del sectarismo, de la demagogia populista, de los “que creen que toda la fruta se acaba en la cáscara”.

 Volvamos ahora a las obras específicas. ¿Cómo diferenciar la obra ética y estéticamente honesta, que indaga en los enigmas de hoy y de mañana, de la que busca interesar (digamos) a algún hipotético jurado extranjero, o hace guiños a un receptor que está a la caza de referencias políticas o de un “costumbrismo” muy directo? ¿Cómo atender institucionalmente esta “zona de conflicto” que provoca el diálogo polémico entre el arte y la realidad, entre el arte y los problemas y tensiones del presente, en nuestra sociedad y en nuestras circunstancias particulares? ¿Y si un creador que “no está entre nosotros” genera, por las razones que sean, una obra que traiciona sus convicciones y termina siendo una obra “contra nosotros”?

 Como mediadoras entre el creador y el receptor, las instituciones culturales desempeñan un papel insustituible en un proceso donde hay que desechar toda tentación autoritaria y vertical. Promotores y creadores, especialistas y críticos, [Un buen ejemplo de crítica “ideológica” desde el arte, desde el análisis especializado, es (en mi opinión) la realizada por Omar Valiño a la puesta en escena de Los equívocos morales. La Gaceta n. 6 de 1996], en un debate franco, abierto y culto, intervienen en la imprescindible labor de selección y análisis que acompaña a la promoción y difusión de una obra determinada.

 Nuestro programa cultural no se hizo bajo las banderas de la “Ilustración” ni del “realismo socialista”, ni se concibe y practica “desde arriba”. Debe excluir el esquema del censor en las alturas, en su enorme buró, y el creador abajo, en espera de la absolución o la condena. No se trata de que el censor sea “brusco” o “persuasivo”; no queremos censores de los que tanto daño hicieron en el “socialismo real”, ni los de Miami, con sus cocteles-molotov y sus turbas a sueldo, ni los menos “visibles” que funcionan al servicio del Poder en el mundo capitalista, y compran, anulan y corrompen, y reprimen sofisticadamente, y usan el mercado como una pavorosa guillotina: los que convierten a un subnormal como Sylvester Stallone en un fetiche cultural, en un fenómeno de masas, mientras relegan (por ejemplo) a Noam Chomsky, una de las inteligencias más lúcidas de los Estados Unidos, y lo reducen a circuitos- para-minorías, y evitan que pueda influir en sectores más amplios, en “la opinión pública”, en ese “buen salvaje” del consumo que es “el norteamericano promedio”.
 Los éxitos mayores de la cultura revolucionaria, desde el 59 hasta hoy, se concentran allí donde los creadores han tenido una participación determinante en el diseño de la política institucional y en la toma de las decisiones concretas, donde ha habido una relación transparente entre creadores y promotores, donde se han evitado los esquemas verticales y las deformaciones burocráticas y administrativas. Así se han gestado movimientos artísticos de vanguardia, en términos culturales y en términos políticos. Esas instituciones han gozado de prestigio y de una indiscutida autoridad moral e intelectual entre los mejores artistas del país: son las que han sabido traducir a proyectos específicos nuestra política cultural.

 En ese clima ajeno a suspicacias y a prejuicios, ha crecido de manera natural la conciencia y el compromiso revolucionario de creadores y promotores. Ese es el clima que nos permite ahora, en 1997, verificar que en una etapa tan difícil no ha habido fisuras políticas en la intelectualidad.

 Es vital que este clima se extienda y consolide, que se refuerce el ascendiente de las instituciones sobre el movimiento intelectual, y eso sólo es posible si los artistas y escritores las sienten suyas: si son escuchados y convocados sin paternalismos de ningún tipo, y se convierten en protagonistas reales del programa cultural del país; si ejercen su vocación participativa en los espacios de la Revolución, con la plenitud de quienes han asumido consciente y libremente los deberes y derechos del “estar con nosotros”. Hay que evitar las decisiones torpes, los juicios impensados: todo lo que enturbie ese clima de confianza, y afecte la comunicación entre los artistas y sus instituciones.

 El llamado Carril II de la Torricelli, reiterado en la Ley Helms-Burton, se propone desmantelar nuestro sistema institucional y fragmentar la Revolución “desde dentro”. Busca coberturas culturales para atentar la “disidencia” interna en los medios intelectuales: pretende alejar a los creadores de las instituciones revolucionarias y tentarlos con espejismos “alternativos”, y erosionar las bases, la razón de ser, la credibilidad, de nuestros espacios de promoción y participación. Los yanquis han encontrado dos tipos de colaboradores internos para impulsar el Carril II: el “colaborador consciente”, el anexionista, el apátrida que se presta al juego; y el “colaborador inconsciente”, aquel que (por dogmatismo u oportunismo, o ignorancia,  por pura estulticia) adultera nuestra política y siembra la división en el movimiento intelectual, y empuja hacia los brazos del enemigo a algunos que no están, que no quieren estar “contra nosotros”.

 En cuanto a ese arte que hemos llamado crítico, no se trata (que conste) de ser “tolerantes”: la “tolerancia” implica siempre una aceptación a medias, a regañadientes, de algo que nos resulta impropio, esencialmente “extraño”. Debemos asumir orgánicamente, como una necesidad social, las funciones cognoscitivas y críticas del arte, y entender que del ejercicio libre y comprometido de esas funciones se deriva (también) una posibilidad educativa, que estimula reflexiones impostergables y atañe a la formación indirecta de valores. Un arte que aborde nuestros conflictos de hoy con valentía, responsabilidad y profundidad, ayuda a la Revolución: puede señalarnos deformaciones en nosotros mismos y en nuestro entorno, e inquietar al acomodado, y actuar sobre la inteligencia y los sentimientos del que vive al día, y prepararlo para descubrir el sentido de la épica presente donde sólo está viviendo fragmentos dispersos y la agresividad de la vida cotidiana.

 Yo diría que el gran reto de nuestros creadores y de nuestras instituciones está en hacer esa reflexión más profunda, incisiva y revolucionaria, y en que logremos “desplazar” al receptor de la percepción epidérmica de nuestra resistencia y “moverlo” hacia otra percepción: más honda, más completa, y no por ello menos contradictoria. Desde esa percepción que sólo la experiencia artística puede ofrecer, nos aguarda (en la bruma) la gravitación y el sentido de lo que estamos haciendo en Cuba.

 Uso el verbo “mover” y no estoy satisfecho: me gustaría despojar ese verbo de todo carácter unidireccional, exhortativo o didáctico. Víctor Hugo habló de “un estremecimiento nuevo” ante la poesía de Baudelaire, y tal vez debemos aspirar a “un estremecimiento” (¿nuevo?) donde se sintetice lo más puro del patrimonio ético cubano, donde se restaure incesantemente, entre zigzagueos y recodos inéditos, la Utopía de la Isla. La clave está, por supuesto, en el enfoque mismo del que nace la obra: si el creador trabaja desde la Revolución, desde ese compromiso personal, hondísimo, que comparte la mayoría de los artistas y escritores cubanos, no hay tema que resulte escabroso. La obra va a ser útil a la manera (nunca inmediata ni mensurable pragmática) en que el arte lo es. De un entrañable “con nosotros” es imposible que nazca un mensaje artístico “contra nosotros”.

 Quiero hacer dos aclaraciones antes de terminar: no debe verse en estas líneas un rechazo gremial, defensivo, a toda crítica que se haga al arte y a los artistas desde sectores “no especializados”, o desde el punto de vista “ideológico” o “político”, ni como una descalificación del “análisis clasista” para entender los problemas de la cultura y de la sociedad. “Los pueblos [dijo Martí en Nuestra América] han de vivir criticándose, porque la crítica es salud; pero con un solo pecho y una sola mente”, y es una fórmula aplicable tanto a ese arte que hemos denominado crítico o del “estremecimiento” más o menos “nuevo”, como al debate en torno a la cultura que hemos estimulado siempre: es el tipo de debate que el Ministerio de Cultura ha estado promoviendo, con la presencia de distintos organismos y organizaciones de masas, de maestros y profesores universitarios; es el debate donde intercambian creadores, promotores, “especialistas” y representantes de los más variados sectores sociales, y donde se mezclan, inevitablemente, todos los puntos de vista que despierta la realidad y un arte que la “refleja”. (7)

 El papel social del arte se hace más evidente para todos en esta confrontación de ideas; son discusiones muy beneficiosas y “saludables” para los artistas y para el público, y en esa atmósfera los prejuicios retroceden, se acortan las distancias, y se afianza colectivamente ese “estar con nosotros” que debemos seguir renovando. La crítica se hace “con un solo pecho y con una sola mente” en el debate cultural que tanto necesitamos, y “es salud” para el arte, para los artistas y para el conjunto social. No encuentro esa plataforma martiana en el programa Hablando claro del 30 de octubre: sobresale, por el contrario, una intención divisionista, que debe combatirse dondequiera que asome. Todavía no me explico qué se pretende lanzando al aire, ante una audiencia masiva, esas “teorías” sobre una presunta separación entre “los intelectuales” y “el pueblo trabajador”. ¿Alertar a “los trabajadores”… acerca de este nuevo enemigo? Supongo que muchos de los miles de oyentes del espacio, desinformados… acerca de los hechos específicos, habrán “fijado” especialmente algunos términos (“contrarrevolución”, por ejemplo) y ese inconcebible remake de “La Cigarra y la Hormiga”, doscientos años después de su estreno en castellano.
 Sería muy provechoso, por otra parte, contar con estudios rigurosos del tejido social cubano, y de los cambios que ha venido sufriendo en los últimos años. No me refiero a análisis seudomarxistas, a vulgarizaciones más caricaturescas que aquellas de Konstantínov y de los peores manuales del “socialismo real”; sino a una verdadera investigación marxista. La simplificación, el maniqueísmo, las polarizaciones elementales, son pecados que no nos podemos permitir: hoy menos que nunca. Parafraseando a Carlos Rafael, subrayemos que la sociedad cubana de nuestros días es “mucho más heterogénea” y “mucho más complicada” que la esquemática propuesta de Hablando claro. (8)
 Hay conflictos desconocidos y más complejos: no asistimos al enfrentamiento clásico entre la Cigarra y la Hormiga, ni entre el Ratón Campestre y el Ratón de Ciudad, (9) ni entre “buenos” y “malos” o “indios” y “cowboys”. Es un mundo mucho más enrevesado; pero la Revolución no ha dejado de ser muy “amplia”: “caben” muchos “en el turbión revolucionario” que no estaban previstos en las fábulas, ni en las películas del Oeste, ni en los manuales.
 Pero sería inconveniente que este remake de “La Cigarra y la Hormiga” quedara sin moraleja. Acudamos de nuevo a la tan citada intervención de Carlos Rafael en el IV Congreso de la UNEAC. Allí destacó que en nuestro terreno, en la cultura, “aunque el liberalismo es peligroso y la complacencia inaceptable, más peligrosos todavía [...] son la intolerancia y el dogmatismo”. Pero si no vencemos el dogma [concluyó], nos corroerá y nos cerrará el camino hacia la amplia y noble cultura del socialismo, en la cual la de Hombre tiene que ser, como lo proclamaba Máximo Gorki, “una hermosa palabra”.
 El dogma es sinónimo de incultura, estrechez mental, sectarismo, rigidez antidialéctica, mediocridad intelectual, subvaloración de los ámbitos espirituales en que ese Hombre (con mayúsculas) se realiza. ¿Puede el dogma llevarnos a alguna parte? si no vencemos el dogma y los prejuicios contra la cultura, ¿tendremos éxito en la “campaña de alfabetización martiana” que propuso Cintio Vitier en 1994? Completemos nuestra moraleja con aquel texto estremecedor que publicó Cintio ante el espectáculo de los “balseros”. Según él, esos “que se van, asumiendo mortales riesgos, son cubanos a quienes la palabra de Martí no ha llegado”. Y decide renunciar a “una ingenuidad” para sugerir otra:
 No cometo la ingenuidad de aspirar a que cada ciudadano sea un especialista en la vida y la obra de José Martí, pero sí cometo la ingenuidad (fuerza del espíritu en que siempre he creído) de aspirar a que cada cubano sea un martiano. Y si llega a serlo aunque sólo haya alcanzado una escolaridad de noveno grado [...], y aunque se dedique a las tareas más disímiles, ¿llegará a ser algún día un marginal de la patria, un irresponsable, un antisocial? ¿No es Martí suficiente vacuna contra esos venenos ambientales? ¿No es Martí capaz de hacer de cada cubano, por humilde e iletrado que sea, un patriota? ¿No es capaz de inspirarle resguardo ético, amor profundo a su país, resistencia frente a la adversidad, limpieza de vida? [“Martí es la hora actual de Cuba”, Juventud Rebelde, 19 de septiembre de 1994]
 Para Samaniego, para Konstantínov, es perfectamente natural que a un poeta se le ocurra “una ingenuidad” y hasta un plan para materializarla: quizás les resulte más sorprendente que el Ministerio de Educación haya brindado un apoyo inmediato a tal “ingenuidad” y que ahora los CDR, la organización de masas que agrupa y representa a todo “nuestro pueblo”, esté recogiendo el aporte de Cigarras y Hormigas, y de tantísimos híbridos, para publicar los Cuadernos martianos: el primer paso hacia la “ingenua” Utopía que sugirió Cintio. En una Isla donde se siguen dando estos milagros, el divisionismo sectario, y el dogma, y los prejuicios contra la cultura, deben ser desterrados. Son impedimentos (reales, palpables) que se alzan frente a la Cuba y al Hombre del futuro.
 El dogma no es capaz de sembrar cultura ni de acumular reservas para el invierno, ni de acercarse a Martí, ni a su doble patria: no comprende la fertilidad de la noche, ni de la Cuba martiana (que no aparece en Konstantínov), ni el hecho irrefutable de que sean una las dos.
 Y no sólo obstaculiza el arribo a una cultura humanista, solidaria, socialista: el dogma puede cerrarnos el camino hacia ese socialismo renovado, marxista, leninista y martiano, al que no hemos renunciado ni renunciaremos. Un socialismo de ciudadanos “libres y cultos”, que disfruten de una “prosperidad” colmada de poesía.

La Habana, noviembre de 1996.
 NOTAS:

(1)  Quien seguramente lo tomó de otras fuentes.
(2)  Intervención de Fidel en el IV Congreso de la UNEAC, Trabajadores, 30 de enero de 1988.
(3)  He oído muchas veces esta incisiva frase, pero no sé a quién dar el copyright. Alguien la recordó recientemente, en un homenaje póstumo a Rine Leal, y se la atribuyó al autor de La selva oscura. Sea de Rine o de cualquier otro, resulta casi inmejorable para caracterizar esa tendencia a cerrar los ojos ante los “estados febriles” de la sociedad, que muy a menudo se nos revelan en un arte calificado entonces como “problemático”.
(4)  Hay una zona más explícitamente “nocturna” en la poesía de Nicolás Guillén, que se olvida en ocasiones: “Estar aquí encerrado, / el corazón latiendo; / aquí, sin saber nada, / con los ojos abiertos; / aquí como un sonámbulo, / manos rectas, de ciego, /buscando una salida, un gendarme, un potrero. // Yo aquí en la vida, solo, / viviendo”. Y en ella, en los jardines invisibles, en la noche insular de Lezama, en el arcano de la poesía genuina, con su penumbra y sus destellos, con todos sus secretos, se instala la segunda patria de Martí: o (mejor) la otra cara de la patria indivisa.
(5)  Lezama introdujo el concepto de “espacio gnóstico americano” (en La expresión americana, 1957) para describir, justamente, cómo el ámbito cultural de “Nuestra América” está abierto a los vientos llegados de todas partes, y a las lluvias, y es capaz de someter a una selección natural todos los diversos influjos: así “el cuerpo dañado” (lo nocivo) se disuelve en la atmósfera libre de ese espacio, y sólo permanece y fructifica la semilla sana.
(6)  Algunos escritores emigrados, residentes en España, obtuvieron financiamiento para fundar Encuentro de la Cultura Cubana, una revista dirigida por Jesús Díaz, que se anunciaba como de Línea Blanda frente a la Línea Dura de los grupos fascistas miamenses. El primer número, lamentablemente, se acercó en muchas de sus páginas a la carga difamatoria (y hasta a la adjetivación) de la radio terrorista de Miami. Hay señales que permiten augurar otros encuentros después de la apertura en Madrid de una filial de la Fundación de Mas Canosa: en un artículo reciente, Jesús Díaz hizo público un mensaje muy amplio de “unidad”, que parece tener realmente (por la estructura del discurso, por sus significativas reiteraciones) un solo destinatario. “Todos los cubanos”, dice, “debemos imaginar ese futuro [el de Cuba] e intentar adelantarlo: desde los que hoy viven y trabajan en la Isla, incluido el ejército y los militantes del partido comunista, hasta los miembros de la Cuban National American Foundation y de la Fundación Hispano-Cubana”; luego aconseja a la Fundación que se dirija “seriamente a los negros cubanos para garantizarles un programa riguroso de igualdad de oportunidades”, y termina repitiendo que “la democracia cubana del futuro [...] no puede ni debe prescindir de la inteligencia, el patriotismo y el capital del exilio, incluyendo, desde luego, a su derecha política y a sus líderes, a quienes no podemos seguir demonizando”. En “Una delicada bomba de tiempo”, El País, 30 de noviembre de 1996.
(7)  Marketing pudo convertirse en “un casito” por la complejidad del tema que trata: fueron muy útiles (para condicionar favorable y revolucionariamente la recepción de la obra) los debates organizados por el Centro de Promoción del Humor, en coordinación con la UJC, el Ministerio de cultura y la AHS, donde participaron periodistas, críticos, funcionarios y dirigentes juveniles. La contribución oportuna de la crítica (véase la de Rolando Pérez Betancourt en Granma) fue también muy provechosa. Así un “casito” potencial se convirtió en eficaz instrumento de reflexión colectiva.
(8)  A esta heterogeneidad social alude, evitando generalizaciones y simplismos, el Informe del Buró Político al V Pleno del comité Central.
(9)  Esopo trata la oposición campo-pobre-y-plácido frente a ciudad-rica-y-agitada en “El Ratón Campestre y el cortesano”. El tema evolucionará, y a la agitación ciudadana se le añadirá un costado “perverso y “corrupto”.

Fuente El Caimán Barbudo
Tomado de Cine Reverso


*Cuentista, escritor, editor y profesor. Ex Ministro de Cultura de la República de Cuba. Asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Nació en la ciudad de Pinar del Río el 11 de noviembre de 1950.
 Estudió Letras Hispánicas en la Universidad de La Habana y posteriormente ejerció como profesor de Literatura. Fue director de la Editorial Letras Cubanas. Nombrado presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, pasó luego a ser Ministro de Cultura de Cuba, cargo que ocupó desde 1997 hasta el 6 de marzo de 2012, tras ser designado Asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros.
 En 1999 publica la novela El vuelo del gato (Editorial Letras Cubanas) en la que se mueve entre la ficción y el ensayo. La novela fue ganadora del premio de la crítica en 2001, y más tarde publicada en España por Ediciones B.
 Abel Prieto ha escrito varias colecciones de relatos entre los que se destacan Los bitongos y los guapos (1980), y Noche de sábado (1989). En el campo de la ensayística se distingue por sus estudios sobre José Lezama Lima.
 A propósito de la XXI Feria Internacional del Libro se presentó el 13 de febrero de 2012 su segunda novela, “Viajes de Miguel Luna”, publicada por la editorial Letras Cubanas.
 Una Nota Oficial del Consejo de Estado de Cuba publicada el 6 de marzo de 2012 anunciaba su liberación del cargo de Ministro de Cultura tras 15 años en el cargo. Atendiendo a su experiencia y los resultados positivos obtenidos durante el tiempo que estuvo de Ministro fue designado asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba.
 Condecorado con la Orden de las Artes y las Letras por el gobierno de Francia, el reconocimiento se le otorga a las “personas que se distinguieron por su creación en el sector artístico y literario, y por la contribución que aportaron al esplendor de las artes y de las letras en Francia y en el mundo”.

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