Por Graziella Pogolotti
Dos
veces dice patria el Himno de Bayamo. La primera, nos contempla
orgullosa. Encarna el ideal que ha tomado cuerpo en el nacimiento de la
nación. La segunda alude al combate, entendido como siembra y
resurrección, muerte y continuidad en la plenitud del ser.
En
pueblos como los nuestros, cultura y nación son procesos inseparables
de permanente construcción. Y los símbolos pertenecen al ámbito de la
cultura. Un 20 de octubre cristalizaba en el Himno de Bayamo el acto
audaz de cortar de un solo tajo el nudo gordiano que nos ataba a la
metrópoli. Junto a la libertad política, Carlos Manuel de Céspedes en
La Damajagua emancipó a sus esclavos y los convidó a participar en el
esfuerzo común por hacer una nación, solo verdadera si pertenecía a
todos, rompiendo las cadenas impuestas por España y el grillete infame
soldado por la sacarocracia criolla.
Forjado
en la pelea, firme, flexible y delicado hilo de acero, el Himno de
Bayamo nos ha acompañado en las buenas y en las malas, en la euforia del
triunfo y en el dolor de las pérdidas. Su letra y sus notas nacieron de
una memoria artística, del contacto con una realidad concreta y de los
sueños que inspiran el combatir, el hacer y el fundar, tareas
permanentes todas, porque fundamos en cada amanecer, creamos lo grande y
lo pequeño en la tarea de cada día y soñamos siempre porque ellos son
fuente inextinguible de aliento vital.
Y
no ha sido fácil. En aquel octubre cobraba forma la lucha contra el
coloniaje. Lo que estaba comenzando en el enfrentamiento con España —la
más larga entre las guerras de independencia del Continente— continuaría
en la lucha antimperialista y ha pasado ahora a la resistencia ante el
dominio planetario del capital financiero. Desde el principio tuvimos
conciencia de nuestra condición de latinoamericanos. Mediado ya el siglo
XX descubrimos nuestra pertenencia al más amplio territorio de un
llamado tercer mundo, ubicado en otras geografías e infiltrado cada vez
más en el corazón de las potencias hegemónicas.
Rubén
Martínez Villena nos había llamado a “extirpar la dura costra del
coloniaje”. Tardamos un buen tiempo en asimilar el verdadero alcance de
su mensaje. Soberanía e independencia eran inseparables de un verdadero
proyecto de emancipación humana. La guerra necesaria tiene que librarse
simultáneamente en múltiples instancias: la económica, la política, la
social y la cultural. Porque la opresión secular se instauró mediante la
violencia y la castración de las culturas originarias. Intentaron
modelar nuestras conciencias y lo siguen haciendo con el empleo de
métodos más sofisticados y seductores. Construyen ilusorias expectativas
de vida, inoculan sentimientos de inferioridad e instauran el
autoritarismo de un modelo único.
Por
razones geográficas y por el desarrollo de una economía que, desde el
siglo XIX, se orientó hacia la monoproducción y el comercio
internacional, el proceso histórico cubano nunca ha permanecido al
margen del panorama internacional. Mucho menos lo está ahora en el
contexto de la globalización neoliberal. El derrumbe del campo
socialista repercutió duramente en los niveles de vida y en el tejido
social del país, con la consiguiente repercusión en el plano de los
valores.
Hoy se acrecienta la visibilidad de las desigualdades. En tales
circunstancias, el papel de la subjetividad adquiere una importancia de
primer orden. Educación y cultura asumen un papel estratégico,
aparejada a los problemas del desarrollo económico.
El
indispensable cambio de mentalidad no puede derivarse de conceptos
economicistas y tecnocráticos. De acuerdo con nuestra tradición de
pensamiento, habrá de ser humanista, vale decir, integradora, en el polo
opuesto a la instrumentalización del ser humano propuesta por el modelo
hegemónico. Es el momento de proceder a un anclaje en lo más profundo
de la nación y reencontrarnos en el qué somos, de dónde venimos y hacia
dónde vamos, para poder responder de la manera más efectiva al desafío
de Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar: “inventamos o erramos”.
Inventar
no implica improvisar. Exige estudio e investigación. Ha llegado la
hora del actuar y el pensar, de retomar en función del presente el
enorme capital intelectual acumulado por la nación cubana desde sus
orígenes, nunca para repetir fórmulas de antaño, sino para beneficiarnos
todos del espíritu que animó a los fundadores y se mantuvo vivo en
medio del desamparo de la república neocolonial. La clave estuvo siempre
en aguzar el bisturí hacia dentro conjugando la interdependencia de los
factores económicos, sociales y culturales.
Letra
y notas del Himno de Bayamo son el canto de la nación y la cultura
imbricadas. Símbolo sagrado del grito de independencia, sintetizan el
rico imaginario que nos identifica y en el que nos reconocemos. Es fruto
de la memoria acumulada por las manos bien negras que hicieron el
azúcar blanco junto a las manos blancas que hicieron el tabaco negro, al
decir de Fernando Ortiz, de los constructores que edificaron pueblos y
ciudades, de los mitos que vinieron de todas partes, de quienes nos
enseñaron a pensar, de los poetas, músicos y pintores que mostraron lo
que todavía no era visible, del campamento mambí donde todos aprendieron
a sobrevivir, del modo de celebrar y de compartir. Por esas y tantas
otras razones, el 20 de octubre se rinde homenaje a la cultura nacional.
Tomado de Periódico Granma
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