Por Luis Toledo Sande
“Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”
Patria libre, cordialidad entre pueblos y equilibrio del mundo
Así vio en 1990 a José Martí el artista
Ernesto García Peña. (Fotocopia: E.C.L.)
Cuando el 25 de marzo de 1895 José Martí le escribe al dominicano Federico Henríquez y Carvajal:
“Yo alzaré el mundo”, no incurre en un exabrupto de vanidad contrario a
su ética y su conducta, sino que resume el sentido con que ha preparado
la guerra iniciada el anterior 24 de febrero. En la misma carta
refuerza ideas que ha venido expresando desde tiempo atrás, incluso en
textos relacionados directamente con el Partido Revolucionario Cubano, cuya fundación se proclama en Nueva York el 10 de abril de 1892.
En las Bases
de esa organización, llamadas a prudencia ante graves obstáculos que
deben vencerse para preparar y hacer una contienda eficaz, apunta que se
actuará “sin compromisos inmorales con pueblo u hombre alguno”, y sin
“atraerse, con hecho o declaración alguna indiscreta durante su
propaganda, la malevolencia o suspicacia de los pueblos con quienes la
prudencia o el afecto aconseja o impone el mantenimiento de relaciones
cordiales”.
Saber que el Partido se ha creado y tendrá base operativa entre compatriotas emigrados en los Estados Unidos
-desde donde se extiende a otras tierras de América y trenza redes
conspirativas en Cuba, centro de su programa- da luz sobre una cautela
que no es indiferencia irresponsable o cómplice.
El reclamo, en las Bases
citadas, de fundar “la nueva República indispensable al equilibrio
americano”, remite a textos anteriores suyos, y lo explicitan, entre
otros, aquel de Patria del 17 de abril de 1894 en el
cual saluda la entrada del Partido en su tercer año de vida, y desde el
subtítulo expone que la organización encarna “el alma de la Revolución, y
el deber de Cuba en América”.
El primer artículo de las Bases
precisa el fin de “lograr con los esfuerzos reunidos de todos los
hombres de buena voluntad, la independencia absoluta de la Isla de Cuba,
y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico”. Ello conduce al fondo de
ideas pilares expuestas en El tercer año del Partido Revolucionario Cubano,
como esta: “las Antillas esclavas acuden a ocupar su puesto de nación
en el mundo americano, antes de que el desarrollo desproporcionado de la
sección más poderosa de América convierta en teatro de la codicia
universal las tierras que pueden ser aún el jardín de sus moradores, y
como el fiel del mundo”.
El entorno
En la citada carta a Federico Henríquez y Carvajal,
Martí, en marcha hacia la guerra, afirma: “Ahora
hay que dar respeto y sentido humano, y amable,
al sacrificio”. (Foto: INTERNET)
No
habla desde las nubes. Ha residido por más de una década en los Estados
Unidos, y el trienio 1889-1891 le ha mostrado la necesidad de acelerar
los preparativos de la guerra. En los dos primeros de esos años sesiona
el Congreso Internacional de Washington, como fruto del cual tiene lugar
en el último de ellos la Comisión Monetaria Internacional, en la misma
ciudad. Con ambos intenta el poder anfitrión romper en beneficio propio
el equilibrio mundial. Martí combate al primero en la prensa, en la
tribuna y en numerosas cartas, y contra la Conferencia actúa desde
dentro, como representante de Uruguay.
El
poderoso país procura lograr en todo el continente pactos comerciales
que le resulten ventajosos, calzados con la circulación dominante del
dólar. No impulsa un panamericanismo sano, sino el imperialista que ha
llegado al siglo XXI y ha empleado tanto argucias económicas y políticas
como violencia armada, a tono con su política internacional, contra la
que resisten y luchan pueblos, y gobiernos dignos.
Para
espigar, en lo dicho por Martí sobre aquellos foros, unos pocos de los
desentrañamientos que alumbren su concepción de la guerra para liberar a
Cuba, recordemos advertencias como esta, acerca del primero: “De la
tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de
ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del
convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América
española la hora de declarar su segunda independencia”.
A
los países de América ya independientes de España se les presenta un
reto decisivo: “¿A qué ir de aliados, en lo mejor de la juventud, en la
batalla que los Estados Unidos se preparan a librar con el resto del
mundo? ¿Por qué han de pelear sobre las repúblicas de América sus
batallas con Europa, y ensayar en pueblos libres su sistema de
colonización?” No se trata de una forma de dominio accidental, sino de
todo un sistema, que no tardará en llamarse neocolonialismo.
José Martí, junto a compatriotas emigrados, durante una práctica
de tiro (hoy diríamos preparación combativa) en un antiguo
fuerte de Cayo Hueso, 1893. (Foto: ICONOGRAFÍA MARIANA)
Pero
Cuba y Puerto Rico, todavía colonias, no están representadas en el
Congreso, ni lo estarán en la Comisión Monetaria. Lo que para ellas
reservan los planes estadounidenses lo pronostica Martí en particular
con respecto a su patria. Se aprecia en cartas a su colaborador Gonzalo
de Quesada, quien, secretario de la delegación argentina en el Congreso
Internacional mencionado, será secretario suyo en el Partido
Revolucionario Cubano.
Es
conocida la previsión que estampa en una de esas cartas: “Sobre nuestra
tierra, Gonzalo, hay otro plan más tenebroso que lo que hasta ahora
conocemos y es el inicuo de forzar a la Isla, de precipitarla, a la
guerra, para tener pretexto de intervenir en ella, y con el crédito de
mediador y de garantizador, quedarse con ella. Cosa más cobarde no hay
en los anales de los pueblos libres: Ni maldad más fría”. Los sucesos de
1898 certificarán la claridad de la visión martiana.
Un mundo
Para
preparar la guerra y los cimientos de la república futura, funda Martí
el Partido Revolucionario Cubano, y sabe que este sería nulo, “aunque
entendiese los problemas internos” de Cuba y quisiera resolverlos, si
ignorase “la misión, aún mayor, a que lo obliga la época en que nace y
su posición en el crucero universal. Cuba y Puerto Rico entrarán a la
libertad con composición muy diferente y en época muy distinta, y con
responsabilidades mucho mayores que los demás pueblos
hispanoamericanos”.
Para
estos últimos, a inicios del siglo XIX, aunque el sembrador Simón
Bolívar y otros intuyeran el peligro que se gestaba en los Estados
Unidos, ese país no representaba la amenaza que en las postrimerías de
la centuria significaba, con implicaciones más graves aún, para
territorios dominados por el coloniaje español: “En el fiel de América
están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de
una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara
ya a negarle el poder,–mero fortín de la Roma americana;–y si libres–y
dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y
trabajadora–serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la
independencia para la América española aún amenazada y la del honor
para la gran república del Norte”.
Manuel Mercado, presente en los Versos
sencillos de José Martí: “yo tengo/
Allá en México un amigo”,
recibió la carta que se considera por
excelencia el testamento político
del héroe.
(Foto: Cortesía de ALFONSO HERRERA
FRANYUTTI)
Por
qué está en juego el honor de esa república lo expone Martí con una
advertencia increpante y nutrida de realidad: “en el desarrollo de su
territorio–por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones
hostiles–hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus
vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas
abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo”. De
semejante política -Martí lo advierte claramente de diversas maneras- se
derivarán males hasta para el mismo pueblo de la voraz nación.
Frente
a desafíos colosales, tarea colosal: “Se llegará a muy alto, por la
nobleza del fin; o se caerá muy bajo, por no haber sabido comprenderlo.
Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son solo dos islas las que
vamos a libertar”. Declara que “la verdadera grandeza” radicará en
“asegurar, con la dicha de los hombres laboriosos en la independencia de
su pueblo, la amistad entre las secciones adversas de un continente, y
evitar, en la vida libre de las Antillas prósperas, el conflicto
innecesario entre un pueblo tiranizador de América y el mundo coaligado
contra su ambición”. El calificativo innecesario es tenue ante los intereses en juego.
Encrucijada
Lo
que se decide es vital: “Un error en Cuba, es un error en América, es
un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy con Cuba se
levanta para todos los tiempos”. En la carta a Henríquez y Carvajal,
donde ratifica su voluntad -de alcance planetario- de “servir a este
único corazón de nuestras repúblicas”, dice en términos rotundos: “Las
Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor
ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y
fijarán el equilibrio del mundo”. Con hechos como el saqueo a México, y
los planes de dominar la economía y la política del continente, el honor
de la potencia ya estaba lastimado. Con el aumento de sus prácticas
expansivas, generadoras de desequilibrio mundial, se quebrantaría aún
más.
El mismo día en que escribe aquella carta, fecha Martí el texto que se conoce con el título de Manifiesto de Montecristi,
primer programa público de la gesta que ya arde en Cuba. No lo mueven
ni prudencias mal entendidas ni entusiasmos infundados, sino el
conocimiento de los conflictos medulares que el independentismo tiene
ante sí: “En la guerra que se ha reanudado en Cuba no ve la revolución
las causas del júbilo que pudiera embargar al heroísmo irreflexivo, sino
las responsabilidades que deben preocupar a los fundadores de pueblos”.
La tragedia de Dos Ríos, imaginada en 1917 por el pintor
Esteban Valderrama. (Fotocopia: E.C.L.)
La
contienda tiene una enorme significación: “La guerra de independencia
de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo de pocos
años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y
servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la
firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún
vacilante del mundo”. Para salvar ese equilibrio se necesita crear “un
archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas
que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo”, afirma.
A
Henríquez y Carvajal le dice: “De Santo Domingo ¿por qué le he de
hablar? ¿Es eso cosa distinta de Cuba? ¿Vd. no es cubano, y hay quien lo
sea mejor que Vd? ¿Y [Máximo] Gómez, no es cubano? ¿Y yo, qué soy, y
quién me fija suelo?” Líneas más adelante convoca: “Hagamos por sobre la
mar, a sangre y a cariño, lo que por el fondo de la mar hace la
cordillera de fuego andino”.
Deber mayor
Otro
texto epistolar refuerza el sentido con que el revolucionario cubano
concibe la guerra. Ya en Cuba, entre las prisas y contingencias de la
contienda, le escribe al mexicano Manuel Mercado, su confidente por
excelencia, la carta fechada 18 de mayo de 1895. La muerte lo sorprende
al siguiente día y tensa el carácter testamentario del texto, cumbre de
lo que ha sostenido durante años.
A Mercado le resume conversaciones que ha tenido, en campaña, con Eugene Bryson, corresponsal en Cuba de The New York Herald,
de las cuales nace el mensaje que el patriota dirige a ese diario
estadounidense, donde se publica, en traducción mutilada y adulterada,
el mismo día en que él muere. El texto se conoce en su plenitud gracias a
que el original, en español, se salvó.
El
mismo corresponsal le confiesa que el militar y político español
Arsenio Martínez Campos, con quien se ha entrevistado, le ha dicho que
el gobierno español se entenderá con el estadounidense antes que aceptar
la victoria cubana. Eso le confirma a Martí sus previsiones sobre el
tema. A Mercado empieza por decirle: “Ya puedo escribir, ya puedo
decirle con qué ternura y agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa
casa que es mía, y orgullo y obligación; ya estoy todos los días en
peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber–puesto que lo entiendo
y tengo ánimos con que realizarlo–de impedir a tiempo con la
independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados
Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
El Mausoleo que guarda los restos del héroe en el cementerio
de Santa Ifigenia, Santiago de Cuba, es venerado sitio de
peregrinación. (Foto: EDUARDO PALOMARES)
No
es resolución de última hora, sino decisión pensada y madura: “Cuanto
hice hasta hoy, y haré, es para eso”, afirma, y añade: “En silencio ha
tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para logradas
han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían
dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin”.
Lo
que Martí, y no del todo, ha mantenido “en silencio y como
indirectamente”, no es su pensamiento antimperialista, sino el hecho de
que, en su proyecto, la lucha armada no se dirige ya en lo fundamental
contra el poder de España, aunque todavía este no ha sido derrotado,
sino contra los planes de los Estados Unidos. Proclamarlo habría sido
una torpeza en quien, por sus mismas labores conspirativas, se ha visto
obligado a vivir largamente en ese país.
A
ello alude en la carta: “Viví en el monstruo, y le conozco las
entrañas:–y mi honda es la de David”, palabras ubicadas entre el relato
de su plática con Bryson y estas otras sobre la gesta cubana y su
contexto: “Las mismas obligaciones menores y públicas de los
pueblos–como ese de Vd. y mío,–más vitalmente interesados en impedir que
en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los
españoles, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos
cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte
revuelto y brutal que los desprecia,–les habrían impedido la adhesión
ostensible y ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien
inmediato de ellos”.
Con la masa creadora
Martí
advierte a Mercado hasta sobre la pretensión de la emergente potencia
norteña de elevar a presidente de México a un político más fácil para
ella de manejar que el caudillo Porfirio Díaz. La actitud entonces de
este último explicará que Martí –quien abandona México a finales de 1876
ante el levantamiento anticonstitucional de ese político–, al parecer
se entrevista con él en 1894 en pos de apoyo para la revolución cubana.
Se sabe que lo intentó.
Urge
allegar recursos para una contienda que debe vencer grandes valladares.
El anexionismo y el autonomismo se agitan en la isla y sus cúpulas se
apiñan entre los más opulentos. A las dos tendencias pudiera aplicar
Martí la caracterización que en el texto destina a la segunda: “especie
curial, sin cintura ni creación, que por disfraz cómodo de su
complacencia o sumisión a España, le pide sin fe la autonomía de Cuba,
contenta solo de que haya un amo, yanqui o español, que les mantenga, o
les cree, en premio de oficios de celestinos, la posición de prohombres,
desdeñosos de la masa pujante,–la masa mestiza, hábil y conmovedora,
del país,–la masa inteligente y creadora de blancos y negros”.
José Martí: palmas, bandera y sol en la Plaza
de la Revolución que lleva su nombre.
(Foto: L.T.S.)
Aunque
“la actividad anexionista” le resulta igualmente repudiable, Martí
aprecia que es “menos temible por la poca realidad de sus aspirantes”.
En otras palabras: ansiarán que Cuba se convierta en un estado más de la
federación norteña, pero no es lo que interesa a los gobernantes de
esta, que se proponen someterla. En tales circunstancias el anexionismo,
como el autonomismo, pero plegado más explícitamente que este a los
designios de la nación del Norte, abona un ambiente favorable a los
planes que la rigen desde el gobierno.
La
revolución está en los inicios de su etapa armada, y se le oponen
obstáculos enormes. No ignora Martí la posibilidad del fracaso; pero
sabe que la guerra es necesaria para preservar el espíritu
independentista y, en todo caso, dejar trazada la senda hacia futuros
afanes liberadores.
La
historia no es el simulacro o farsa en que quisieran tornarla ciertos
representantes de una academia promovida desde el poderoso Norte, sino
un conjunto de fuerzas actuantes, materiales y morales, que no se borran
con maniobras deshonrosas para exterminar el pensamiento liberador y
sustituirlo por la ideología del sometimiento.
Cultivando
la vocación de dignidad y soberanía, el pueblo cubano se mantiene fiel a
un legado que le reclama su constante mejoramiento en la utilidad de la
virtud, y solidaridad con otros pueblos, empezando por los de nuestra
América. Olvidarlo sería una mayúscula deslealtad a cuanto Martí hizo y,
de no haber caído en combate, habría seguido haciendo. Como siguen
haciéndolo su ejemplo y su ideario.
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