martes, 14 de abril de 2015

Sociedad y política en la Cuba revolucionaria

Por Fernando Martínez Heredia*

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En la Cumbre de los Pueblos. Foto: Juvenal Balán/ Cubadebate

No utilizamos la noción de gobernabilidad [1], porque no tiene nada que ver con nuestras realidades, problemas, concepciones sociales y proyectos. Sugerimos que no sea utilizada para analizar, comprender y evaluar este campo que describimos en los casos de la América Latina y el Caribe. “Gobernalidad” es una noción que generaliza un conjunto de abstracciones y disquisiciones de la llamada ciencia política de países de los llamados “desarrollados”, puesta en íntima relación con un cuerpo ideológico correspondiente a los retrocesos conservadores iniciados en la octava década del siglo XX respecto a lo que se había avanzado en las décadas previas en materia de políticas sociales, funcionamiento de sistemas políticos democráticos representativos y respeto a la soberanía de los Estados, autodeterminación de los pueblos y derecho internacional. Sugiero utilizar otro título que corresponda efectivamente a las cuestiones de sociedad y política.

El tratamiento de los temas de la dimensión política de nuestras sociedades está obligado a tener cuenta sus especificidades. La diversidad es uno de los rasgos principales de estas sociedades, y la pluralidad de prácticas, instituciones, normas, valores, historias y tradiciones es una realidad ostensible al aproximarnos a ellas. El repertorio de puntos que aparece a continuación del título “Gobernabilidad democrática” responde a claramente a la ideología referida y resulta parcialmente inatinente por su contenido. Es insuficiente para que cada país dé a conocer lo que entienda necesario en el Foro Social. Lo más conveniente entonces es que cada país organice libremente su exposición.

En Cuba, la dimensión política de la sociedad es mucho más amplia y más rica que el sistema político. A partir de 1959, el ejercicio de la actuación política directa con muy alta conciencia de los derechos y deberes ciudadanos ha sido una constante para la mayoría de la población. Estas prácticas no son intermitentes ni de involucramientos parciales, sino constantes. Combinan las motivaciones procedentes de una conciencia social de lo político y del valor de la solidaridad humana y el patriotismo popular con los vehículos, la estructura y la sistematicidad usual de los sistemas políticos. Lo político, y los deberes a cumplir por el sistema político, incluyen en Cuba mucho de lo que en otras sociedades se deja al arbitrio de otras instancias, con evidente perjuicio para las mayorías, como la alimentación, la salud, el empleo y los derechos del trabajador, la educación, la seguridad social, y otras necesidades del individuo y los grupos sociales.

No es posible representarse ni comprender la legitimidad del liderazgo que emergió de la Revolución que triunfó en 1959, ni la legitimidad del sistema político que se fue configurando en Cuba, sin partir de esos elementos, y sin añadirles que el consenso por parte de las mayorías que el poder político ha gozado durante más de medio siglo tiene bases muy firmes en el imperio de la justicia social, la redistribución sistemática de la riqueza social en beneficio de esas mayorías, la identificación general del gobierno como servidor de los altos fines de la sociedad y administrador honesto –y no como una sucesión de grupos corrompidos que medran, engañan y lucran–, y la defensa intransigente de la soberanía nacional plena. En Cuba, esta no es un tópico de derecho internacional ni de declaraciones políticas, sino una de las piedras miliares de la dimensión cívica de la vida del país y una realidad política amada, porque la soberanía plena fue conquistada por los esfuerzos y los sacrificios de varias generaciones y se identifica como un valor decisivo para la vida política y un ideal popular que no admite cesiones ni transacciones.

Las prácticas y las experiencias prolongadas en el tiempo y convertidas en costumbres y en cultura política constituyen factores decisivos de lo político en Cuba. Hay que reconocer y valorar hechos y procesos fundamentales, como la pacificación de la existencia personal y familiar, que garantizó y elevó la calidad de la vida, las posibilidades, los derechos, los nuevos problemas y los proyectos de las mujeres, los hombres, los niños y los ancianos. Al mismo tiempo, en Cuba no existen desde hace más de cincuenta años la violencia en la política, las ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones forzosas, ni las torturas a detenidos. Las tasas de homicidios y de consumo de drogas son bajas. No existe en Cuba como problema de alguna entidad la seguridad de la población. La corrupción y la violencia ligadas al narcotráfico, ese azote terrible para tantas vidas, sociedades y sistemas políticos, no existe en Cuba.

La legalidad y el pensamiento predominantes en Cuba le dan mucha más importancia y funciones al poder político en su conjunto que a normas y equilibrios basados en divisiones del Estado en varios poderes. Sus razones generales fundamentales han estado, y siguen estando hasta hoy, en que la mayor parte de los países del planeta solamente puede enfrentar los desafíos actuales con posibilidades de éxito si cuenta con poderes muy fuertes que las mayorías sientan y respalden como verdaderos representantes suyos, y que posean capacidad de movilizar recursos de la sociedad y decidir y hacer cumplir las decisiones en muy diversas cuestiones importantes. En Cuba esto se ha demostrado una y otra vez en la práctica y ha creado una cultura sólida y muy compartida respecto a la forma de gobierno. Uno de sus rasgos principales es la convicción de que es necesaria una gran unidad política y de propósitos de la nación y la sociedad. Dos de sus razones fundamentales son: defendernos de la agresión permanente, sistemática, ventajista e ilegal que nos hace Estados Unidos; y sortear o resolver parcialmente las profundas y abarcadoras desventajas económicas a las que nos somete el sistema actual de financiarización, centralización y exacciones parasitarias del capitalismo.

A lo largo de todo el proceso iniciado en 1959 ha habido conciencia de las ausencias y las deficiencias que provoca la necesidad de no arriesgar la integridad y la capacidad defensiva del sistema. Pero siempre ha existido el examen crítico de nuestras realidades desde adentro,  ejercido por ciudadanos e instituciones que aspiran al mejor funcionamiento del país y defienden su soberanía nacional plena. Se han expresado siempre diferentes criterios, y discutimos mucho entre nosotros. Fórmulas vacías, confundidas y a veces malintencionadas, como la de que “Cuba debería cambiar”, no tienen en cuenta dos realidades. Primera, que en Cuba ha habido numerosos cambios en los diferentes campos del país, y los sigue habiendo en la actualidad, dentro de la permanencia esencial que es su revolución socialista de liberación nacional y su intento de crear unas personas, una sociedad y una cultura nuevas. Segunda, que nadie puede ni podrá imponerle a Cuba cambios que no sean los que las cubanas y los cubanos quieran darse libremente, en el ejercicio de su cultura, sus intereses, sus ideales, sus proyectos y su soberanía.

Cuba posee una enorme pluralidad social y una larga historia de organizaciones sociales. Toda revolución es una gran fuerza unificadora, que barre diferencias o las pospone, y a veces las oculta. Ha sido un signo importante de desarrollo y madurez la inclusión creciente de ambas en los últimos veinticinco años, tanto en la cotidianeidad como en la vida cívica. Que se haya transitado desde las preocupaciones y la tolerancia hasta la integración con prestigio social constituye un gran avance de las dimensiones políticas y sociales, que reconoce a las diversidades como una fuerza extraordinaria del país y una riqueza inmensa.

Existe hoy una conciencia generalizada de que es necesario seguir avanzando en el sistema político y en las demás dimensiones de la sociedad cubana, e inclusive revolucionar y transformar lo que ha podido parecer lo mejor y lo que debe ser permanente. En el largo y difícil camino de su liberación, los pueblos que fueron colonizados y neocolonizados saben que están obligados a crear, y a liberarse de las normas y las influencias de la dominación que no solo los aplastó y esquilmó, sino que los enseñó a imitarla y creer en su superioridad o inevitabilidad, o a permanecer en el mejor caso a su abrigo, eternamente alienados.

Hay dos Américas. Todos sabemos a cual pertenecemos. Los cubanos estamos orgullosos de formar parte de lo que Martí bautizó como Nuestra América. Exponemos nuestras realidades, problemas, proyectos y sueños, y tratamos de conocer los de nuestros hermanos, para enriquecer con ellos la experiencia que tenemos y los desarrollos que necesitamos.

Solamente asumiendo que hay dos Américas, en todas sus realidades y sus implicaciones, será posible que puedan sentarse ambas en un mismo lugar, y que comiencen a exponer y a intercambiar acerca de sus realidades y sus proyectos, sobre la base del más absoluto respeto mutuo. Sugiero que el Foro de la sociedad civil de la VII Cumbre incorpore el contenido y el valor del legado político de José Martí, y le saque provecho utilizándolo como uno de los materiales que guíen sus propósitos y sus debates.
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[1] Opinión acerca del tema “Gobernabilidad democrática” del Foro de la Sociedad Civil que acompañó a la VII Cumbre de las Américas. Los puntos que debían tratarse según su convocatoria constituyen un servicio ideológico prestado por la Organización de Estados Americanos al imperialismo norteamericano y a la dominación capitalista. La absurda prohibición de referirse a realidades concretas de los países de la región evidencia que esa organización totalmente desprestigiada que ya debe dejar de existir trató de reflotarse asumiendo un papel de “mediadora”. El autor, naturalmente, no le hizo caso a sus orientaciones.
Agradezco mucho a Cubadebate haber publicado la versión primera de este texto, que le entregué en Panamá.
Tomado de Cubadebate

*Doctor en Derecho y profesor titular adjunto de la Universidad de La Habana, donde dirigió el Departamento de Filosofía. Trabaja como investigador titular en el Centro Juan Marinello, del Ministerio de Cultura de Cuba. Reconocido ensayista e historiador, fue director de la revista cubana Pensamiento Crítico, y se ha dedicado a las investigaciones sobre la revolución y la historia cubanas, y los movimientos populares latinoamericanos. Es autor de una decena de libros y de más de 200 ensayos y artículos publicados en numerosos países. Ha sido traducido al inglés, portugués, francés e italiano. Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. (Ocean Sur)

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