Iroel Sánchez y Luis Toledo Sande
Reproduzco un texto del escritor Luis Toledo Sande, publicado originalmente en la revista Bohemia, y añado al final varias preguntas y una reflexión.
Que no nos priven las palabras o Fulgencio Batista, ¿un santo constructor?
Cuando
en vísperas del pasado 26 de Julio me dirigía al Centro de Estudios
Martianos –situado en una de las esquinas de Calzada y 4, en El Vedado
habanero– para hacer un trámite profesional, no imaginaba nada parecido a
la sorpresa que me esperaba a pocos metros de esa institución.
Extenuado por el viaje en una mañana de fuerte calor, sentí la necesidad
de sumar algo al desayuno que había ingerido presurosamente, y recordé
el timbiriche particular instalado a pocos metros de allí cuando el
llamado cuentapropismo no vivía el apogeo que tendría años más
tarde. Al acercarme, noté que le había surgido un rival colindante mucho
mejor plantado, con entradas por la calle 4 y por Línea.
“Plan
de obras del presidente Batista. Ministerio de Obras Públicas”. El
mensaje lo enfatiza, al pie de la foto, una mesita adosada a la pared y
en la cual se reproduce la franja donde aparece el cartel. Foto: Luis
Toledo Sande/ Bohemia
La
mitad superior muestra, en construcción, el trecho de la calle Línea
desde cerca de la nueva cafetería hasta el túnel por donde se rebasa en
automóvil la ría del Almendares. Foto: Luis Toledo Sande/ Bohemia
Poco
tiene que ver con los empeños iniciales para revitalizar, por vía
privada, la gastronomía nacional. Es otra cosa. Higiene y recursos se
unen a una oferta variada, bien servida y no mal cobrada. “Desconocía
este sitio”, le dije a uno de los empleados, y me respondió con
corrección: “Abrimos hace dos meses”.
No
hay duda: aquello se hizo con dinero. ¿Acumulado de qué modo? ¿Dentro
del país? Aunque el local es pequeño, con espacio para pocas mesas, se
ve bien, confortable. Es un servicio tipo “paraditos”, pero acogedor.
Pronto me percaté de la foto de apreciable tamaño con que el
propietario, o los propietarios, decidieron personalizar –palabra de
moda– su negocio. Bien tomada, bien impresa, bien montada en una
estructura vítrea. Allí hay solvencia.
La
mitad superior muestra, en construcción, el trecho de la calle Línea
desde cerca de la nueva cafetería hasta el túnel por donde se rebasa en
automóvil la ría del Almendares. La mitad inferior corresponde a la
imagen del mismo tramo, pero con el empaque actual de la célebre arteria
urbana. Su nombre –informa la enciclopedia EcuRed–
rinde tributo a la vía por donde transitaron los trenes precursores del
tranvía que existió hasta mediados del siglo XX, y que aún muchos
añoran.
También
rinde tributo, sobre todo, a la justa voluntad popular de borrar otros
nombres con que los gobiernos de turno la bautizaron: primero, en 1918,
Avenida del Presidente [Thomas Woodrow] Wilson, expresión del
intervencionismo de los Estados Unidos; luego, en los años 50, Doble Vía
General Batista, marrullería del criminal golpista a quien todavía
algunos procuran enaltecer.
Me
acerqué para ver, en el borde inferior, lo que supuse un recuadro
añadido para indicar créditos: fuente documental, fotógrafo, diseñador
del montaje… Pero forma parte de la imagen original, y es un cartel con
texto en caracteres de apreciable puntaje: “Plan de obras del presidente
Batista. Ministerio de Obras Públicas”. El mensaje lo enfatiza, al pie
de la foto, una mesita adosada a la pared y en la cual se reproduce la
franja donde aparece el cartel.
El
texto, parco, parecería querer borrar años de historia. De hecho,
voluntades aparte, se inscribe en maniobras dirigidas a idealizar a un
tirano cuya ejecutoria abarca incontables y brutales asesinatos y
torturas, y gran saqueo de las arcas de la nación. A ese tirano se
alude, sin más, como si hubiera sido un gobernante a quien sería justo
agradecer un plan de obras públicas, y cuyo Ministerio del ramo se ve
exculpado de la gran corrupción que practicó.
En
la Cuba actual se ha querido que no nos parezcamos a contextos donde el
concepto de reformas y la introducción o crecimiento de modos de
propiedad privada –que en determinadas circunstancias y para fines
concretos puede ser necesaria, pero caracteriza al capitalismo, que la
refuerza como dogma en su etapa neoliberal–, llevaron al desmontaje,
programado, de todo afán de construir el socialismo. A este lo definen,
entre otras cosas, el peso de la propiedad social en los medios
fundamentales de producción y de servicios.
Los términos cuentapropismo y cuentrapropista,
y sus derivados, que se han puesto en boga, designan formas de gestión
administrativa y de propiedad correspondientes a lo privado y a la
privatización. Si lo olvidáramos, acabaríamos con los sentidos privados
por la “magia” de las palabras, y la desmemoria podría empujarnos a
comportamientos, ideas y decisiones torpes, como pasar por alto quién
fue Batista, y qué hizo.
Mucho
habrá que seguir esclareciendo, y regulando, para el correcto
funcionamiento de la propiedad privada que crece entre nosotros. Una
vertiente concierne al movimiento sindical, que debe asegurar la
protección a trabajadores y trabajadoras del sector privado, o de
gestión no estatal, para quienes ya no será necesario vérselas precisamente
con posibles errores, insuficiencias o deformaciones en un Estado
erigido con la voluntad de velar por los intereses colectivos, del
pueblo. Ahora necesitarán, cada vez más, protección frente a dueños que
se enriquecen con la plusvalía extraída de la fuerza de trabajo que
explotan, cualesquiera que sean los salarios que paguen, y a quienes
voceros del imperio han declarado que ven como germen de una clase
social en que tendrían aliados.
Por
mucho que ganen quienes trabajan en ese sector, hay una realidad que
deben conocer: sus empleadores –ojalá todos paguen escrupulosamente los
debidos impuestos–, no tienen que construir ni mantener escuelas,
centros de salud ni otros modos de servicios fundamentales para la
población. Esto va dicho sin desconocer que quienes siguen trabajando en
el ámbito de la propiedad social, administrada por el Estado, y básica
para el socialismo, también necesitan que sus salarios crezcan en
términos absolutos y en relación con el costo de la vida.
Ese
tema requiere estudiarse a fondo, y los presentes apuntes se centran
someramente en la foto ya comentada, y en sus alcances. No es una
política de prohibiciones lo que urge tener: ellas pueden acabar siendo
contraproducentes, si no lo son o lo han sido ya. Pero prohibiciones
necesarias hay y habrá, y deben cumplirse al servicio de una adecuada
cultura de civilidad y orden. (Tomado de Bohemia)
Mis preguntas:
¿Cuál
es la postura ante lo que relata Toledo Sande de aquellas
organizaciones donde militan víctimas de la dictadura de Fulgencio
Batista? No estoy llamando a ninguna acción extrema ni a prohibiciones
absurdas pero el silencio y la renuncia al debate son los mejores
aliados de la desmovilización y la derrota, ¿no debería la Asociación de
Combatientes de la Revolución Cubana del área donde está enclavada esta
cafetería hacer llegar su parecer, en boca de algún combatiente de la
clandestinidad o el hijo de algún mártir de la tiranía que se cuentan
por miles en toda Cuba, a los dueños de este lugar donde se homenajea el
"Plan de obras del Presidente Batista"?
¿Los revolucionarios cubanos vamos a continuar en silencio ante la reescritura de nuestra historia,
la degradación de nuestros símbolos o su hibridación y sustitución nada
ingenua por otros, como ya ha ocurrido recientemente más de una vez en
nuestros medios de comunicación?¿Qué sucederá cuando no viva la
generación que enfrentó a la dictadura batistiana?
¿Para defender la memoria de la Revolución hay que pedir permiso al organismo superior?¿Como los militantes del Partido Comunista de la Unión Soviética contemplaremos disciplinadamente las tareas de desmontaje del socialismo que ya empiezan a ejecutarse por sus referentes simbólicos?
¿Es
casual que sitios como el Parque Lenin o el Coppelia, símbolos de la
democratización de la recreación y el acceso de las mayorías al
refinamiento, abierto por el proyecto colectivo de la Revolución,
languidezcan entre el mal servicio y el deterioro estructural, mientras
se asienta la idea de que lo bueno y lo bello son patrimonio exclusivo
del pasado prerrevolucionario?¿Por qué cada vez más al Estadio
Latinoamericano se le llama en nuestros medios el "Estadium del Cerro"?
¿Es
una Habana para turistas la que va a esperar sus 500 años,
reproduciendo las celebraciones con tufo colonial que a diferencia de lo
sucedido con el medio milenio de Santiago de Cuba tuvieron lugar en
buena parte de las villas fundadas por los españoles?¿O como en
Santiago, los barrios hechos por la Revolución y hoy más o menos
barbarizados (Camilo Cienfuegos, San Agustín, Alamar, Mulgoba, Reparto
Eléctrico..) podrán renovar su (falta de) urbanismo y elevar la calidad
de vida de cientos de miles de trabajadores habaneros que nunca han
podido sentarse en una paladar?
¿Será
el remozado Capitolio de La Habana vieja forma para una democracia
nueva o un casacarón que entre mármoles y bronces, tan caros a las
dictaduras y las plutocracias, olvide consagrar el nombre de Jesús
Menéndez, el parlamentario negro y obrero que impuso a los yanquis y la
burguesía cubana un trato justo para los trabajadores azucareros y por
eso lo asesinaron sin que valiera su inmunidad parlamentaria en "el
periodo más democrático de la historia contemporánea de Cuba", según
dice el diario español El País bajo la firma de un "historiador" cubano?
Son algunas preguntas
que me destraba este artículo de Luis Toledo Sande porque nuestro
problema no es cómo decide ambientar el dueño de una cafetería su
negocio sino por qué éste cree legítimo hacerlo con un tributo al que
-enseñan nuestras escuelas y repite nuestra televisión- es el asesino de
miles de cubanos, y cómo funciona el resto de la sociedad en relación
con ello.
Tomado de La Pupila Insomne
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